Responsables: Cada Delegado/a de ADMA en su inspectoría
Objetivo:
Sensibilizar y realizar una preparación formativa previa al VIII Congreso.
Acciones propuestas:
- Presentación Gral del VIII Congreso de Mª Auxiliadora. Integrado
dentro del Año
de la Fe y de la propuesta del Aguinaldo para el
2013 (el anuncio del Evangelio de la alegría con la pedagogía de la bondad).
- Video Breve de anuncio del congreso. Verlo y comentarlo en todos los
grupos.
- Acceder al blog del VIII congreso.
Contenido:
- Lectura o acercamiento a la carta apostólica “Porta Fidei”.
- Idem con
el Sistema Preventivo desde las lecturas que propone
el Aguinaldo para 2013 este 2º año de preparación al Bicentenario:
El Sistema Preventivo en la educación de la
juventud, la Carta
de Roma, las Biografias de domingo savio, Miguel Magone, Francesco Besucco.
Todos escritos por Don Bosco, donde demuestra su experiencia educativa y sus
elecciones pedagógicas.
- Leer la carta del Rector Mayor, don Pascual Chávez, de agosto de 2012:
«Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27)
María Inmaculada Auxiliadora
Queridísimos hermanos,
Os saludo con afecto acrecentado, que interpreto como
expresión del reconocimiento por vuestra cercanía filial, por la estima que
nutrís por el sucesor de Don Bosco y por vuestra incansable oración en este
tiempo de prueba y sufrimiento.
Os puedo confesar que he aprendido a entregarme
totalmente al Señor, para que Él haga en mí lo que quiera. La gran lección de
la enfermedad, sobre todo en los momentos más críticos, es la de ayudarnos a
reconocer fragilidades y límites y, en consecuencia, la de consignar a Dios el
control de nuestra vida.
Durante este tiempo de enfermedad he sentido
estrecharos en torno a mí a todos vosotros, como también a los miembros de la
Familia Salesiana, a los colaboradores, a los amigos, y he visto, conmovido,
cómo el Señor escucha y acoge las numerosas sÚplicas para verterlas sobre mí en
forma de una gracia maravillosa. Si la vida es siempre un don, la enfermedad
hace tomar conciencia de cómo cada día y en cada instante somos un don suyo
particular; por esto, debemos vivirla con inmensa gratitud y con creciente
responsabilidad. ¡A Él la gloria y el honor por siempre!
Os escribo esta vez en la solemnidad de la Asunción de
María, para compartir con vosotros algunas reflexiones marianas sobre María.
Junto con toda la Familia Salesiana, estamos preparándonos a celebrar como
Congregación el bicentenario del nacimiento de nuestro Padre y Fundador, san
Juan Bosco. Durante este primer año hemos querido vivir la dimensión histórica
de su vida y de su obra. En esta perspectiva, y sobre todo en vista de la
profundización de su pedagogía y de su espiritualidad, quiero invitaros a contemplar
la figura de María Inmaculada Auxiliadora, en todo y siempre Madre y Maestra de
Don Bosco, por lo que ha podido decir, al final de su vida: «En todo somos
deudores de María»1.
De esta manera, deseo continuar en la línea de mis
predecesores, especialmente de los últimos Rectores Mayores; y, al mismo
tiempo, deseo profundizar cuanto presentan nuestras Constituciones respecto a
la Santísima Virgen María.
Me parece muy significativo el hecho de que la primera
Carta escrita por el querido don Egidio Viganò como Rector Mayor la haya
dedicado a contemplar a María Inmaculada Auxiliadora, con el título: María
renueva la Familia Salesiana de Don Bosco.
Refiriéndose al texto evangélico de Juan 19,26-27,
comentaba: «He pensado instintivamente en nuestra Congregación y en toda la
Familia Salesiana, que debería volver a profundizar hoy el realismo de la
maternidad espiritual de María y revivir la actitud y el propósito de aquel
discípulo. Y me decía en mi interior: Sí, debemos repetirnos mutuamente como
programa para nuestro Movimiento la afirmación del evangelista: «¡Acojamos a
María en nuestra casa!»2.
1 María
Inmaculada Auxiliadora en la vida de san Juan Bosco
En términos prácticos, hablar de la presencia de María
en la historia de nuestro Padre significa considerar toda su vida; esto sería
imposible en pocas líneas. Nuestras Constituciones nos ofrecen una síntesis
estupenda en el artículo 8, donde encontramos tres verbos centrales que
encuadran la presencia materna de María en la vida del Fundador: indicó
a Don Bosco su campo de acción entre los jóvenes y le ayudó y sostuvo
constantemente, sobre todo en la fundación de nuestra Sociedad. Además,
precisamente en el comienzo de las Constituciones, encontramos esta misma
convicción: «el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de
María, a san Juan Bosco» (Const. 1).
1.1 La
intervención materna de María en la vida de Don Bosco
Ante todo, se nos dice que María «indicó a Don Bosco
su campo de acción entre los jóvenes». Evidentemente, esto constituye una
evocación del sueño de los nueve años, que, con toda certeza, todos hemos
tenido ocasión de meditar, en particular en este año, teniendo entre las manos
los Memorias del Oratorio, el texto que constituye el «cuaderno de ruta» de
esta primera etapa de preparación al bicentenario.
Uno de los aspectos que más impresionan en este
«relato de fundación» es el estrecho vínculo que une al Señor Jes&Ucute;s
con su Madre, María. Cuando Juanito hace una doble pregunta, la primera
relativa a la identidad del misterioso Personaje y la segunda sobre el nombre
que le identifica (imposible no evocar el texto bíblico de Ex 3,13), en ambos
casos se remiten a María:
- Pero ¿quién sois vos, que habláis de
esta manera?
- Soy el hijo de Aquella a la que tu
madre te ha enseñado a saludar tres veces al día.
- Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte
con los que no conozco; por eso, decidme vuestro nombre.
- Mi nombre, pregúntaselo a mi Madre.
Esta «Señora de majestuoso aspecto, vestida de un
manto que brillaba por todas partes, como si cada punto fuese una estrella
resplandeciente, es la que explica la visión e indica la misión que Dios le
confía: «He aquí tu campo, he aquí donde debes trabajar. Hazte
humilde, fuerte y robusto; y lo que has visto que sucede con estos animales,
deberás hacerlo tú por mis hijos».
Esta última expresión es muy significativa: al recibir
el mandato por medio de María, Juanito la identifica como Madre de los jóvenes
más pobres, abandonados y en peligro; los mismos que, al final del sueño se
transforman de animales salvajes en tiernos corderitos, «los cuales, retozaban
y corrían en torno balando como para festejar a aquel Señor y a aquella Señora»3.
No solo recibe la «indicación del campo de acción y de
la finalidad por la que trabajar», sino también del modo, o sea, la amorevolezza,
que, combinada con razón y religión, originará el método que, más tarde,
llamará Don Bosco método preventivo: «No con golpes, sino con la mansedumbre y
con la caridad deberás ganarte a estos amigos tuyos. Por tanto, ponte
inmediatamente a hacerles una plática sobre la fealdad del pecado y sobre la
belleza de la virtud»4.
«Guiado por María, que fue su Maestra, Don Bosco vivió, en el trato con los
jóvenes del primer Oratorio, una experiencia espiritual y educativa que llamó
«Sistema Preventivo» (Const. 20).
En esta misma perspectiva, aunque veinte años después
(1844), encontramos un sueño parecido. Se presenta nuevamente María, bajo la
apariencia de una bella Pastorcilla, que, mientras indica el campo de la
misión, sugiere también al joven sacerdote el método para
realizar esta misión en compañía de otros colaboradores. «Entonces me di cuenta
de que cuatro quintas partes de aquellos animales se habían convertido en
corderos. Después su número creció muchísimo. En aquel momento llegaron
bastantes pastorcillos para guiarlos. Pero se quedaban poco tiempo y todos se
iban. Entonces sucedió una cosa maravillosa. Muchos corderos se transformaban
en pastorcillos, que, una vez crecidos, cuidaban de ellos. Al aumentar los
pastorcillos en gran número, se dividieron y se marcharon a otra parte para
recoger a otros tantos extraños animales y guiarlos a otros apriscos»5.
En este texto, desearía subrayar lo que constituye el
«método típicamente salesiano» de promoción vocacional, sin negar por ello la
validez de otras propuestas y de otros procesos; pero, para nosotros, la
indicación procede de la misma Madre de Dios: «convertir algunos corderos en
pastores».
Basta recordar lo que yo señalaba en una Carta
anterior, con ocasión del 150 aniversario de la fundación de la Congregación:
casi todos los jóvenes reunidos en torno al Fundador respondían a aquel
«perfil» que María había indicado a Don Bosco quince años antes. «Es una
certeza: la Congregación Salesiana ha sido fundada y se ha dilatado
comprometiendo a los jóvenes, que se dejaban convencer por la pasión apostólica
de Don Bosco y por su sueños de vida. Debemos narrar a los jóvenes la
historia de los inicios de la Congregación, de la que los jóvenes fueron
«cofundadores»6.
Esto explica la tenacidad (que a algunos puede parecer tozudez) con la que Don
Bosco aplicaba este método, inusual en aquellos tiempos; o sea, conseguir los
propios colaboradores de entre los mismos jóvenes, formándoles con cuidado muy
particular.
Este primer aspecto de la intervención de María en la
vida de Don Bosco continúa siendo normativo en la vida de nuestra Congregación,
si queremos vivir en fidelidad a Dios y a nuestra misión. No hemos sido
nosotros los que hemos elegido el campo de acción y la meta que conseguir: el
sentido más profundo de la conciencia de misión es el de ser
«enviados» a colaborar con el Dueño de la mies juvenil. Sencillamente, no se
trata de «hacer el bien», ¡porque hay mucho que trabajar por la salvación del
mundo! Don Bosco, sobre todo como joven sacerdote, tenía un amplio abanico de
posibilidades apostólicas; a pesar de ello, fue consciente de haber sido
enviado para una misión específica; tanto, que llegó a afirmar que «no es buena
cualquier ocupación que nos distraiga del cuidado de la juventud»7.
Es un rasgo típicamente evangélico: cuando los Apóstoles
van a buscar a Jesús, que se encuentra solo en el monte, viviendo al máximo su
condición filial en la oración con el Padre, le dicen: «Todos te buscan». Y Él
les responde: «Vamos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que Yo predique
también allí; ¡para esto he sido enviado!» (Mc 1,37-38). El texto
paralelo de Lucas dice: «Es necesario que anuncie la buena noticia del Reino de
Dios también en las otras ciudades; para esto he sido enviado» (Lc 4,43).
En íntima relación con la acción mariana indicada en
el primer verbo, encontramos en el texto constitucional los otros dos verbos:
le guió y le sostuvo. Esta endíadis se puede
comprender en relación con las otras dos dimensiones fundamentales de la
persona: la inteligencia y la voluntad. María es la Madre y Maestra que ilumina
la inteligencia de Juanito, para que pueda comprender progresivamente, y cada
vez en un nivel más profundo (intus-legere), en qué consiste su misión
(«A su tiempo lo comprenderás»), hasta llegar al momento conmovedor en que
confiese, celebrando la eucaristía en la Basílica del Sagrado Corazón en Roma:
«Ahora lo comprendo todo». Por otra parte, María le sostiene durante toda su
vida, fortaleciendo su voluntad para que cada vez fuera más «fuerte y robusto»;
en caso contrario, no habría podido soportar el peso y la dureza de aquella
misión.
1.2 La
acogida de María por Don Bosco
Además de la perspectiva que nos ofrece la reflexión
sobre estas tres palabras, podemos meditar sobre la presencia de María en la
vida de Don Bosco, considerando los títulos que quiso
privilegiar y que no son en modo alguno casuales: INMACULADA &emdash; AUXILIADORA.
En nuestra Regla de Vida encontramos un pequeño «comentario» sobre este tema:
«María Inmaculada y Auxiliadora nos educa para la donación plena al Señor y nos
alienta en el servicio a los hermanos» (Const. 92). En el texto «ad
experimentum» de 1972, se distinguían estos dos aspectos, colocándolos
respectivamente bajo uno u otro de los títulos. En cambio, el texto actual los
unifica, puesto que nuestro amor a Dios es inseparable del amor y del servicio
a los hermanos y hermanas, especialmente a los jóvenes a los que el Señor nos
envía.
Inmaculada
Como he escrito en otra ocasión, «sobre la cúpula del
santuario de María Auxiliadora se encuentra una bella estatua de la Inmaculada.
La Inmaculada en el exterior y la Auxiliadora en el interior. Son los dos
títulos con que Don Bosco quiso honrar a la Virgen, puesto que los dos tienen
que ver con su carisma y su misión: la salvación de los jóvenes a través de una
educación integral»8.
Aunque sea brevemente, está bien recordar el
significado y la importancia que ha tenido para Don Bosco el título de «Inmaculada».
Sabemos que el dogma fue proclamado durante su vida, el 8 de diciembre de 1854.
Pero es cierto que la referencia a la Inmaculada estaba ya presente en la
piedad popular; tanto es así que se celebraba como fiesta. Precisamente algunos
años antes de la proclamación de la Inmaculada surgió la Obra Salesiana.
Recordemos, al menos en parte, el relato del mismo Don Bosco: «El día solemne
de la Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre de 1841) a la hora
establecida estaba a punto de ponerme los ornamentos sagrados para celebrar la
santa misa. El sacristán, José Comotti, viendo a un jovencito en un rincón, le
invita a ayudarme la misa. No sé, respondió todo mortificado»9.
Poco después se nos expone el importante encuentro entre Don Bosco y Bartolomé
Garelli, y el «avemaría», con que «comenzó todo».
Además, conviene recordar cómo se vivió en el Oratorio
el extraordinario acontecimiento de la declaración del dogma de la Inmaculada
Concepción. «Había rezado fervorosamente, había celebrado misas para acelerar
la gracia de esta definición dogmática, que deseaba desde hacía mucho tiempo; y
continuó rezando y agradeciendo al Señor por haber glorificado así en la tierra
a la Reina de los Ángeles y de los hombres. La fiesta de la Inmaculada se
convirtió en su predilecta, aunque continuó celebrando con gran solemnidad la
fiesta de la Asunción de María al cielo»10.
En la Carta de presentación de las Constituciones
renovadas, hablando del 8 de diciembre, escribía don Egidio Viganò: «Esta
recurrencia mariana, significativa para cualquier corazón salesiano, es una
fecha muy querida para Don Bosco y está indicada por él como nacimiento oficial
de nuestro carisma en la Iglesia. Puede resultar sugerente recordar algunos
hechos ligados a ella; ante todo, el encuentro con Bartolomé Garelli (1841) y
el avemaría de aquel profético catecismo; la apertura del Oratorio de San Luis
en Porta Nova; el anuncio (1859) de la reunión que habría dado comienzo a la
Congregación; la entrega (1878) de la primera Regla impresa de las Hijas de
María Auxiliadora; el inicio de la presencia de hermanos obispos en la
Congregación (Monseñor Cagliero); y (1885) la importante comunicación de la
designación de don Rua como Vicario del Fundador. En aquel mismo 8 de diciembre
de 1885 nuestro Padre afirmó que «de todo somos deudores a María» y que «todas
nuestras cosas más grandes tuvieron principio y cumplimiento en el día de la
Inmaculada»11.
Pero no es solo una coincidencia histórica o dogmática
lo que subraya la relación entre el título de «Inmaculada» y Don Bosco. En la
base encontramos un elemento fundamental del «Sistema Preventivo» que, conviene
recordarlo una vez más, no es tanto una genial intuición pedagógica, cuanto
«beber en la caridad de Dios que precede a toda criatura con su providencia, la
acompaña con su presencia y la salva dando su propia vida». Por esto «Don Bosco
nos lo transmite como modo de vivir y trabajar […] Este
sistema informa nuestras relaciones con Dios, el trato personal con
los demás y la vida de comunidad en la práctica de una caridad que sabe hacerse
amar» (Const. 20). A mi parecer, nunca responderemos suficientemente al reto
que nos presenta este modo de entender el «Sistema Preventivo».
Si Dios «previene a toda criatura» con su Amor
providente, esto se realiza de forma plena en María, lallena de gracia.
«Gracia», lo sabemos bien, es ante todo Dios mismo. Pero esta expresión puede
subrayar también la plenitud de la gratuidad del Amor de Dios en María. El
texto de la declaración dogmática del beato Pío IX lo dice expresamente. En el
fondo se trata de cuanto afirma san Juan: «No hemos sido nosotros los que hemos
amado a Dios, sino que ha sido Él el que nos ha amado a nosotros» (1Jn 4,10).
Ante todo y en forma única, podemos aplicar esto también a María. En este
sentido es bonito poder contemplarla como «el fruto más perfecto del sistema
preveniente/preventivode Dios».
Evidentemente, esto no excluye la respuesta humana; al
contrario, la hace posible, e incluso la exige, como ha subrayado muy
justamente el papa Benedicto XVI: «El Omnipotente espera el «sí» de sus
criaturas como un joven esposo el de su esposa […] Cruz es Dios mismo el que
mendiga el amor de su criatura: tiene sed del amor de cada uno de nosotros»12.
Podemos aplicar esto, en primerísimo lugar, a María. A este propósito es
interesante la observación de un teólogo especialista, Alois Müller: «Lo
primero que se trató históricamente no fue, sin embargo, la concepción
inmaculada de María, sino la ausencia de pecado a lo largo de su vida»13;
esto significa que desde siempre la Iglesia ha visto en la «llena de gracia» no
solo el don gratuito de Dios, sino también la respuesta de amor, plena y total,
de María.
Auxiliadora
En cuanto al título de «Auxiliadora» (que, conviene recordar,
aparece en el Concilio Vaticano II, en laLumen Gentium, unido al de
«Madre de la Iglesia»), conocemos la importancia que tenía para Don Bosco. En
la Carta citada, escribía don Egidio Viganò: «Además, existe una razón deducida
de un aspecto característico de la devoción misma a la Auxiliadora: se trata de
una dimensión mariana que está hecha, por naturaleza, precisamente para
los tiempos difíciles. Don Bosco mismo lo manifestaba a don
Cagliero con la famosa afirmación: «La Virgen quiere que la honremos con el
título de 'Auxilium Christianorum': los tiempos que corren son tan tristes que
necesitamos premiosamente que la Virgen Santísima nos ayude a conservar y
defender la fe cristiana»14.
Prosiguiendo sus consideraciones, don Viganò
«actualiza» las dificultades de los tiempos, muy diversas de las que debió
afrontar nuestro Padre; pero diversas también, en muchos aspectos, de las que
se nos imponen hoy a nosotros: los tiempos cambian a ritmo vertiginoso, y lo
mismo la cultura juvenil con que debemos enfrentarnos cada día. Pero conviene
subrayar una cosa: invocando a María con este título, no pretendemos que nos
ayude y nos defienda «contra» nadie. Si creemos en la Encarnación del Hijo de
Dios como el principio que permite afirmar su unión con cada hombre y con cada
mujer del mundo (cf. GS 22), sea cual sea la situación, algo semejante podemos
decir sobre la Maternidad universal de María.
Pero esto no nos lleva a ignorar tantas situaciones
negativas y tantos problemas inquietantes; para hacer frente a esto, pedimos su
ayuda y su protección, especialmente cuando nos oponemos al mal, al pecado y a
la «cultura de la muerte», tan opuesta a la vida, de la que María, como mujer y
como madre, es símbolo transparente y poder protector. Junto con la alegría de
poder comprobar en las diversas regiones del mundo la vitalidad de nuestro
carisma y sus efectos beneficiosos, aflora la tristeza al considerar los
estragos provocados por aquellas potencias negativas que, por medio de
acciones, personas, estructuras e instituciones &emdash; expresiones todas
del «mysterium iniquitatis» &emdash; atentan contra la felicidad y
comprometen la salvación de nuestros jóvenes, especialmente de los más débiles.
Sobre todo en favor de estos pedimos a María que sea Madre y Ayuda, «rostro
materno del Amor de Dios».
Pienso que podemos profundizar este título, buscando
una analogía con el de Inmaculada considerado hace poco. Si la definición de la
Inmaculada Concepción reafirma a nivel dogmático todo lo que significa para Don
Bosco el Sistema Preventivo, ¿sería exagerado descubrir en el dogma de la
Asunción de María, proclamado por el papa Pío XII en 1950, una estrecha
relación con el título de «Auxiliadora»? Conviene recordar, como subrayan los
textos litúrgicos, que la Ascensión de Jesús no significa su «alejamiento» del
mundo y el abandono de la Iglesia y de la humanidad, sino todo lo contrario:
«No se ha separado de nuestra condición humana,
sino que nos ha precedido en la morada eterna,
para darnos la serena confianza de que donde está Él,
cabeza y primogénito, estaremos también nosotros,
sus miembros, unidos en la misma gloria»15.
sino que nos ha precedido en la morada eterna,
para darnos la serena confianza de que donde está Él,
cabeza y primogénito, estaremos también nosotros,
sus miembros, unidos en la misma gloria»15.
Por tanto, de modo análogo, ¿no será lícito afirmar
que la Asunción de María marca el inicio de su protección y de su ayuda materna
para todos los cristianos, más aún, para todos los hombres y mujeres del mundo?
Además de unir al Magisterio de la Iglesia nuestra devoción a María a través de
los títulos de Inmaculada-Auxiliadora, este modo de considerarla nos permite
comprender por qué, para Don Bosco, la fiesta de la Asunción fuese una de sus
fiestas predilectas, como indica el texto de las Memorias del Oratorio citado
antes, y esto no solo por coincidencia con su nacimiento (más exacta simbólica
que cronológicamente), sino por la relación con el título de «Auxiliadora» y
por el significado de su devoción.
2 María
Inmaculada Auxiliadora en la Congregación Salesiana hoy
Indudablemente, la intervención de María en el origen
y primer desarrollo de nuestra Congregación continúa a lo largo de la historia.
En 1903 escribía don Rua: «No dudo de que con el aumento de la devoción a María
Auxiliadora entre los Salesianos crecerá la estima y el afecto hacia Don Bosco
y, en igual medida, el compromiso de conservar su espíritu y de imitar sus
virtudes»16.
Creo que todos estamos convencidos de ello. Pero si
esto es verdad, debemos reconocer que es necesaria la respuesta generosa de
fidelidad en la realización de nuestra misión. Podemos preguntarnos: ¿estamos
también nosotros dispuestos, hoy, a actuar de tal manera que María Inmaculada
Auxiliadora nos indique el campo de nuestra misión y continúe guiándonos y
sosteniéndonos en su cumplimiento? Si obramos así, concretaremos la respuesta a
su invitación: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5) y nos convertiremos en
servidores de los jóvenes para asegurar la alegría y la plenitud de la vida en
Dios.
Como lo he comprobado con gran alegría, es innegable
que en todos los lugares donde hay Salesianos se promueve la devoción a María
Auxiliadora. En ninguna Inspectoría faltan iglesias o santuarios dedicados a
Ella; y de la misma manera, el pueblo cristiano nos identifica con este título
mariano, como ya en tiempos de nuestro Padre la llamaban «La Virgen de Don Bosco».
Pero no podemos contentarnos con lo que han hecho los hermanos que nos han
precedido, ni podemos limitarnos a promover de forma puramente externa la
devoción mariana. En otras palabras: nuestra obra evangelizadora y educativa,
sobre todo en favor de los jóvenes más pobres, abandonados y en peligro, debe
constituir una experiencia concreta del Amor gratuito, preveniente y eficaz que
contemplamos en María Inmaculada Auxiliadora, para hacer de ellos hijos suyos,
como pidió a Juanito en el sueño.
2.1 «María
está presente entre nosotros» (Const. 8)
Reconozco que es imposible sintetizar en pocas páginas
lo que representa hoy para nosotros la presencia materna de María Auxiliadora,
o las diversas expresiones y manifestaciones de nuestra devoción hacia Ella.
Por ello, me limito a aducir lo que presentan sobre Ella nuestras
Constituciones, intentando enriquecerlo con la referencia a la Palabra de Dios.
Sin duda alguna, la fidelidad a nuestro carisma, o,
mejor, a la voluntad de Dios en la realización de la misión, pasa a través de
la observancia de las Constituciones. ¿«Cómo actuaría Don Bosco hoy»? No
podemos dar respuestas subjetivas o sentimentales, y menos todavía,
individualistas. Se trata, más bien, de poner en práctica nuestra Regla de
Vida: «Si me habéis amado en el pasado, continuad amándome en el futuro con la
observancia de nuestras Constituciones» (Constituciones y Reglamentos SDB,
Proemio). No es superfluo recordar lo que dice la Exhortación Apostólica
postsinodal Vita Consecrata: «Cuando la Iglesia reconoce una forma de vida
consagrada o un Instituto, garantiza que en su carisma
espiritual y apostólico se encuentran todos los elementos y requisitos
objetivos para alcanzar la perfección evangélica personal y comunitaria» (VC
93; la negrita es mía).
Pues bien, en nuestras Constituciones encontramos
muchas referencias marianas. En primer lugar, dos artículos dedicados
enteramente a Ella (8 y 92), a los cuales he aludido ya varias veces. El
artículo 92 corresponde, a grandes líneas, al texto «ad experimentum» de 1972;
por el contrario, el artículo 8 es enteramente nuevo, y corresponde a la
finalidad que tiene la primera parte de las Constituciones. Esta sección, que
comprende los artículos 1 al 25 («Los Salesianos de Don Bosco en la Iglesia»),
presenta nuestra identidad carismática: antes de hablar de lo que
«hacemos», sedefine quiénes somos en la Iglesia y en el mundo, en
favor sobre todo de los jóvenes.
Precisamente en el primer capítulo, donde se presenta
nuestra identidad, se ha querido colocar un artículo sobre María Inmaculada
Auxiliadora, para subrayar que Ella, por así decirlo, «forma parte» del
patrimonio carismático salesiano. «Creemos que María está presente entre
nosotros y continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los
cristianos» (citando a Don Bosco). Nuestra devoción filial hacia Ella,
caracterizada por la confianza («Nos confiamos a Ella»), contempla en
particular su carácter de «humilde sierva en la que el Señor ha hecho grandes
maravillas», y hace referencia directa e inmediata al núcleo y corazón de
nuestra misión: «para ser, entre los jóvenes, testigos del amor
inagotable de su Hijo» (Const. 8).
2.2 «Contemplamos
e imitamos…» (Const. 92)
El artículo 92, en cambio, se encuentra en el contexto
de la vida de oración, caracterizada por una expresión que remite
inmediatamente a su identidad cristiana: «en diálogo con el Señor». En este
contexto se presentan los rasgos fundamentales de la devoción salesiana a María
Inmaculada Auxiliadora.
En primer lugar, querría detenerme a considerar los
dos verbos con los que se define esta devoción:contemplamos-imitamos. Me
parece interesante comparar esta doble característica con la experiencia de una
de las más grandes santas de los tiempos modernos, santa Teresa de Lisieux. Con
un lenguaje que a veces puede resultar sentimental e incluso dulzón,
encontramos una profundidad de vida cristiana extraordinaria y, en particular,
encontramos lo que Hans Urs von Balthasar ha puesto como actitud fundamental de
la pequeña santa carmelitana: su pasión por la verdad, por la
autenticidad, su rechazo instintivo de toda falsedad17.
Hablando de la devoción a María, santa Teresita afirmaba, ya al final de su
vida:
«¡Los sacerdotes nos hacen ver (en María) unas
virtudes practicables! Está bien hablar de sus privilegios, pero, antes de
nada, es necesario que se la pueda imitar. Ella prefiere la imitación a la
admiración, y su vida fue muy sencilla […] Cuánto me hubiera gustado ser
sacerdote, para decir todo lo que pienso sobre esto […] No sería necesario
decir cosas inverosímiles, o que no se conocen […] Para que me guste una
plática sobre la Santísima Virgen y para que me sea provechosa, es necesario
que me haga ver su vida real, no su vida imaginaria; y estoy segura de que su
vida real fue sumamente sencilla. La presentan inaccesible; sería necesario
presentarla imitable, poner de relieve sus virtudes, decir quevivía de fe,
como nosotros, comprobarlo con el Evangelio […] Sabemos muy bien que la
Santísima Virgen es Reina del cielo y de la tierra, pero es más Madre
que Reina» 18.
Creo que para nosotros, Salesianos, «hombres de
síntesis, más que de alternativas, se trata de no oponer las dos actitudes
(como probablemente era necesario en el tiempo y en el ambiente de santa
Teresita), sino de integrar ambas actitudes: de manera que la contemplación nos
permita admirar en María «las maravillas de la gracia de Dios» y, al mismo
tiempo, nos impulse a imitarla. Ciertamente Dios no actúa en nosotros de la
misma manera que en María, pero no significa en forma diversa, sino en forma
semejante. En realidad, contemplando en los dos grandes dogmas marianos de la
Inmaculada Concepción y de la Asunción lo que, en la infinita gratuidad de su
Amor, ha realizado Dios en María, comprendemos, en la fe, lo que Dios quiere
realizar también en nosotros, si vivimos las actitudes de la Madre de Dios.
Baste pensar que «Él nos ha escogido (en Cristo) antes de la creación del mundo
para ser santos e inmaculados ante Él por el amor» (Ef 1,4)) y que la Asunción
de María constituye «garantía de consolación y de segura esperanza para el
pueblo de Dios, todavía peregrino en la tierra» (cf. Lumen Gentium 68):
en Él se ha realizado plenamente lo que Dios quiere realizar también en
nosotros, de forma semejante.
Conviene detenernos un momento en el concepto de
«imitación». Para más de un cristiano este término puede provocar cierto
desasosiego e incluso rechazo, por que parecería reducirse a una repetición
automática de acciones y palabras. No se trata de esto. La auténtica imitación
es totalmente diversa: significa asumir las actitudes y las motivaciones
esenciales, asimilarlas personalmente y ponerlas en práctica creativamente. A
propósito de nuestra imitación de Cristo, recordemos algunos textos paulinos:
se trata de pensar como Cristo (cf. 1Cor 2,16), sentir
como Cristo (cf. Fil 2,5) paraactuar como Cristo. Algo
semejante podemos decir sobre nuestra contemplación e imitación de María
Inmaculada Auxiliadora.
Junto a estos reclamos, encontramos en el texto
constitucional otra expresión-endíadis para caracterizar nuestra devoción
mariana: «Le profesamos una devoción filial y fuerte» (Const. 92). Esto nos
invita a superar cierto devocionismo puramente sentimental y, por eso, débil,
pero sin caer en una árida y estéril conceptualización. El comentario a las
Constituciones dice: «Dos adjetivos que indican, a la vez, nuestra ternura
hacia quien es la "Madre amable” y el propósito de imitarla en su entrega
total a la voluntad de Dios»19.
Finalmente, en esta misma clarificación de nuestra
devoción, termina el artículo 92: «Celebramos sus fiestas para estimularnos a
una imitación más convencida y personal». Me parece que en nuestro texto
constitucional se equilibran perfectamente la contemplación admirada de lo que
Dios ha realizado en María y el estímulo a imitarla filialmente en sus grandes
virtudes, sobre todo en la triple actitud teológica fundamental: fe-esperanza-caridad.
2.3 «Rezamos
todos los días el rosario»20 (Const.
92)
Antes de hablar específicamente de María como modelo
de nuestra vida de fe-esperanza-caridad, quisiera decir una palabra sobre
nuestra oración mariana, en particular sobre el santo rosario. Durante mi vida
salesiana, y todavía más como Rector Mayor, he podido comprobar, con gran
alegría y con mucha admiración, la práctica del santo rosario por parte de
muchos hermanos, sobre todo ancianos, «santamente exagerados», que con gran
sencillez y constancia expresan de esta manera su unión con Dios y su amor a
María Santísima a lo largo de la jornada. Quisiera invitar a todos los hermanos
a continuar esta extraordinaria práctica de piedad, no por inercia o por «obligación»,
sino intentando profundizar su significado y sus motivaciones.
Ante todo, creo que se trata de una práctica que
combina perfectamente la oración vocal con la contemplación de los misterios de
la vida de Jesús, en compañía y a imitación de María, que «custodiaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19; cf. 3,51b).
En su Exhortación Apostólica Marialis Cultus,
Pablo VI escribía: «También se ha sentido con mayor urgencia la necesidad de
recalcar, junto al valor de la alabanza y de la imploración, la importancia de
otro elemento esencial del rosario: la contemplación. Sin ella el
rosario es cuerpo sin alma, y su misma recitación corre el riesgo de ser
repetición mecánica de fórmulas […] Por su naturaleza el rezo del rosario exige
un ritmo tranquilo y casi una lentitud pensativa, que favorecen en el orante la
meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón
de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y descubren sus insondables
riquezas» (MC, 47).
Es importante poner de relieve que un sector muy
notable de la teología actual, sobre todo del campo de la cristología y de la
mariología, trata de renovar lo que está en la base del santo rosario, es
decir, la «teología de los Misterios». Uno de sus principales representantes
afirma: «Durante los últimos años se ha pedido acertadamente la recuperación de
algo que fue un topos de la teología sistemática de otros tiempos: la
integración de "los misterios de Cristo”, es decir, de una cristología
concreta en un tratado cristológico que ha venido haciéndose cada vez más
abstracto»21.
Más adelante insiste «El movimiento litúrgico, la renovación de la teología en
el espíritu de los Padres (H. De Lubac, J. Daniélou, H. U. Von Balthasar), el
redescubrimiento de la eclesiología dogmática y su síntesis en el Vaticano II,
la vuelta a la "historia de la salvación” y a una cristología
histótico-salvífica (O. Cullmann, Constitución Dei Verbum del
Vaticano II) representan otros tantos comienzos de una nueva asimilación de los
«misterios de Cristo». […] Pero parece que una barrera impide a los cristianos
de hoy el encuentro con el Cristo personal en sus misterios […] Es preciso que,
desde la herencia del pasado, con las nuevas bases logradas, recobremos el
misterio y cada uno de los misterios de Cristo»22.
Esperamos que esta pequeña motivación nos ayude a
vivir, con fidelidad creativa, nuestra devoción a María a través del santo
rosario, y también a iniciar a nuestros jóvenes en esta forma tan sencilla y
concreta de oración y de meditación.
3 María,
modelo de fe, de esperanza y de caridad
Dada la riqueza y la diversidad de actitudes marianas
que se presentan a nuestra contemplación y que se ofrecen a nuestra imitación
(o en el artículo 92 de las Constituciones o en algunos otros que mencionan a
la Madre de Dios), es oportuno recogerlos en torno a las virtudes teologales,
para ponerlas después en relación con los tres valores evangélicos: la
obediencia, la pobreza y la castidad; por esto recurrimos a la reflexión
bíblica, como recuerda Pablo VI en la citada Exhortación ApostólicaMarialis
Cultus: «La necesidad de una impronta bíblica en cualquier forma de culto
se considera hoy como un postulado general de la piedad cristiana…El culto a la
Santísima Virgen no puede sustraerse a esta orientación general de la piedad
cristiana; más aún, debe inspirarse de modo particular en ella para adquirir
nuevo vigor y ayuda segura» (MC 30).
Ante todo, una observación de carácter general: es
interesante comprobar el relieve que adquiere la figura de María en el proceso
diacrónico del Nuevo Testamento. El recorrido empieza en los dos textos
iniciales, las Cartas de san Pablo y el Evangelio de Marcos, que hacen
solamente una referencia marginal; pasando después por Mateo y Lucas que, desde
posiciones independientes (¡en esta sección más todavía que en otras!), los dos
reflexionan sobre los orígenes humanos de Jesús en estrecha relación con su
madre, María; hasta llegar a la figura de la Mujer, nueva Eva, en la época de
Juan: el cuarto Evangelio y el Apocalipsis. Podríamos afirmar que, en la medida
en que la comunidad cristiana, iluminada por el Espíritu Santo, va
reflexionando con mayor profundidad sobre el misterio de Cristo, va también
descubriendo progresivamente la importancia de María.
3.1 «Bendita
tú, que has creído» (Lc 1,45)
«Contemplamos e imitamos su fe», dice el artículo
constitucional que estamos considerando. Y, en el contexto de la educción en la
fe de nuestros jóvenes, leemos en el artículo 34: «La Virgen María es una
presencia materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que
creyó» (Const. 34). La pregunta que suscita inmediatamente este texto es la
siguiente: ¿suscitamos en nuestros jóvenes una devoción a María que ponga en
primer plano su fe?
Sabemos bien que la fe es la actitud fundamental del
creyente, puesto que, como dice la Carta a los Hebreos, «sin la fe es imposible
agradar a Dios» (Hb 11,6). Isabel llama a María «la creyente» por excelencia,
felicitándose por ello, y la proclama «bendita». Esta felicitación reenvía al
momento de la vida de María que podríamos llamar una encrucijada en su vida, o
sea, la Anunciación. En esa circunstancia, mientras se da cuenta de que Dios
tiene un proyecto maravilloso sobre ella, María, la «llena de gracia» (¡ninguna
traducción agota la riqueza del término evangélico original, kejaritoméne!) es
invitada a colaborar libremente con Él. La pregunta que dirige al ángel
Gabriel: «¿Cómo sucederá esto, pues no conozco varón?», no es de hecho una
objeción o índice de una duda, sino la expresión del deseo de responder con la
mayor responsabilidad y libertad posibles a esa invitación divina, prestándole
un completo asentimiento. Expresado en forma paradójica, María acepta libre y
alegremente (¡el optativo es el verbo del deseo!) convertirse en la esclava del
Señor: «Hágase en mí según tu palabra».
Quisiera subrayar algunos aspectos que descubrimos en
este texto evangélico, colocado precisamente en la plenitud del tiempo (cf. Gal
4,4):
— Ante todo, la fe de María es confianza en
Dios. Como dije en otra ocasión: «María no confía en el plan de Dios, sino el
Dios del plan». La fe no es, en primer lugar, la aceptación de contenidos
objetivos que Dios nos revela, sino adhesión incondicional, típica del amor, a
Él y a aquello que Él quiere de nosotros. «Pídeme cualquier cosa y yo lo haré»,
es una de las expresiones típicas del amor, también en el nivel humano; con
mayor razón en la relación de la persona con Dios. Algo semejante sucede en
nuestra vida: no confiamos en Dios porque conozcamos ya anticipadamente su
proyecto sobre nosotros, sino por el hecho de que Él nos invita a ponernos en
sus manos, como un niño en brazos de su madre.
— La fe de María se expresa y se concreta en la obediencia.
En la historia de la salvación, los grandes creyentes son auténticos
obedientes, comenzando por nuestro «padre en la fe», Abrahán, hasta culminar en
María. San Pablo expone de esta manera su vocación apostólica: «Por medio de Él
(Jesús) hemos recibido la gracia de ser apóstoles, para suscitar la obediencia
de la fe» (Rom 1,5). Una fe que no conduce a buscar la voluntad de Dios para
después ponerla en práctica en la vida, no es auténticamente cristiana, porque
desemboca en un individualismo estéril o en una veleidad que no lleva a nada.
— En latín se da una convergencia significativa entre
tres palabras: fides-fiducia-fidelitas. La fe entendida como
confianza que lleva a obedecer a Dios desemboca con el trascurso del tiempo y
se verifica en la fidelidad: sobre todo en los momentos en que o
«se vive de fe» o todo se derrumba y se desmorona. En este sentido, el mismo
artículo constitucional nos invita a contemplar en María «la fidelidad en la
hora de la cruz».
Precisamente esta fe-confianza, que se traduce en
obediencia, constituye el camino que María recorre desde la Anunciación en
Nazaret hasta Jerusalén, sobre el Gólgota, a los pies de la Cruz. Un camino
indudablemente difícil y doloroso. Porque debemos reconocerlo: aceptar
incondicionalmente a Dios en la propia vida no facilitó en modo alguno las
cosas a María, humanamente hablando; al contrario, se las complicó
tremendamente. Subrayo dos aspectos típicos de la experiencia de fe de María:
- Todas las expectativas humanas (¡comenzando por su proyecto de
vida con José!) parecen diluirse: el nacimiento del Hijo en un lugar donde
viven los animales, porque «para ellos no había lugar en la posada (Lc
2,7); la dolorosa profecía de Simeón apenas cuarenta días después del
nacimiento del Hijo; la escena de los doce años, en Jerusalén, de la que
el evangelio dice: «Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho»
(Lc 2,50). Como escribía yo en una Carta hace algunos años, «precisamente
porque en la relación con Dios, es siempre Él quien toma la iniciativa y
fija los tiempos y las metas, la relación no resulta nunca idéntica a sí
misma. María lo aprendió pronto: en el momento de dar a luz al Hijo; lo
que se decía de Él le resultaba incomprensible (Lc 2,18-19); cuanto más le
era anunciado el futuro de su Hijo (Lc 2,34-35), tanto menos coincidía con
lo que se le había dicho en la anunciación (Lc 1,30-33.35). La pérdida de
Jesús adolescente en el templo es signo premonitor de un camino todavía
más doloroso […] No hay que maravillarse si María, no siendo capaz de
comprender, «guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón» (Lc
2,19.51)»23.
- Pero, sobre todo, la relación misma de Jesús con su Madre
manifiesta el camino de fe de María: parece que el Hijo se vaya alejando
cada vez más durante la vida pública. Incluso encontramos textos que dan
la impresión de que Jesús «relativiza» esta maternidad humana. Baste
recordar dos textos: Mc 3,31-35 (progresivamente «mitigado» por Mt 12,46ss
y Lc 8,19-21) y Lc 11,27-28: «Bienaventurados, más bien, los que escuchan
la Palabra d e Dios y la ponen en práctica». No se trata en absoluto de un
desprecio para con la Madre, sino más bien de mostrar su verdadera
grandeza, en cuanto modelo de quien «escucha la Palabra de Dios y la pone
en práctica»; pero es indudable el precio que ha debido pagar en este
proceso de crecimiento en la fe. Precisamente porque nadie ha estado tan
«cercano» al Hijo de Dios hecho Hombre como Ella, fue tan doloroso vivir
este alejamiento progresivo del «hijo», para poder crecer cada vez más en
la fe en el «Hijo» con mayúscula, el Hijo de Dios.
No obstante, recordando las palabras de Isabel, la fe,
de la que María es modelo insuperable, es fuente de felicidad, de la única
felicidad verdadera. Aquí hallamos una sugestiva inclusión entre la primera
«bienaventuranza» del Evangelio (antes, ciertamente, de las que presentan los
evangelios en el Sermón de la Montaña) y la última, que aparece en Jn 20,29:
«Bienaventurados los que no han visto y han creído». En realidad, la bienaventuranza
de la fe hace posibles todas las demás: sin ella sería absurdo
proclamar que son felices los pobres, los que sufren, los despreciados… Existe
una estrecha continuidad entre la primera bienaventuranza, en singular, y la
última, en plural; sería como decir: «Bienaventurados los que se parecen a
María».
Existe un pequeño matiz que me parece digno de
notarse. La traducción de las palabras de Isabel oscila entre dos significados,
aparentemente semejantes, pero en realidad muy diversos. «Bienaventurada tú que
has creído en el cumplimiento de lo que el Señor te ha dicho» o «Bienaventurada
tú que has creído: porque se cumplirá lo que el Señor te ha
dicho». La versión que sin duda corresponde mejor a la realidad, en la vida de María
y en la nuestra, es esta última: somos felices porque creemos que se cumplirá
aquello en que creemos por la fe. Pero también aquí debemos añadir: no según
nuestras expectativas, sino según el proyecto de Dios, acogido plenamente en la
«obediencia de la fe», fundamento de nuestra obediencia consagrada.
3.2 «La
Mujer que creyó y que auxilia e infunde esperanza» (Const. 34)
Significativamente, como en María y en la vida de
cualquier cristiano, en el texto constitucional están íntimamente unidas la fe
y la esperanza, aunque sean distintas, en cuanto la fe está basada en la
realidad histórica de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho Hombre, mientras
la esperanza mira hacia el futuro: «De hecho, en la esperanza hemos sido
salvados. Ahora bien, lo que se espera, si se ve, ya no es objeto de esperanza»
(Rom 8,24).
Esta diferencia puede inducir a separar las dos
actitudes, produciendo una nostalgia del pasado que paraliza respecto al
futuro. En la Carta de convocatoria del CG26 escribía: «Un reto, sentido muchas
veces como amenaza, se refiere a la incertidumbre del futuro de
la vida consagrada, especialmente por los interrogantes que se plantean sobre
su supervivencia en algunas áreas geográficas. La disminución numérica, la
ausencia de vocaciones, el envejecimiento crean en las Congregaciones falta de
perspectivas, necesidad de penosas redimensiones, búsqueda de nuevos
equilibrios culturales. A esto se añade tal vez escasa vitalidad, fragilidades
vocacionales, dolorosos abandonos. Todo ello favorece desmotivación, desánimo y
parálisis. En estas condiciones resulta difícil encontrar una estrategia de
esperanza, que abra horizontes, ofrezca caminos y asegure liderazgos24.
Como indicaba el programa del CG26, «despertar el
corazón de todo Salesiano», se trata de «vivir de nuestra fe» (cf. Heb 2,4; Rom
1,17; Gal 3,11) para alimentar así la esperanza, de modo que haga posible la
caridad pastoral. El gran peligro de estos tiempos no es tanto la pérdida de la
fe cuanto, más bien, la debilitación de la esperanza, la incapacidad de «soñar»
un futuro prometedor en la realización de nuestra misión con los jóvenes. Nos
puede suceder lo que ocurrió a Gedeón; creía indudablemente en todo lo que
constituía la fe del pueblo del pasado, pero esto en ningún modo le infundió
coraje para el futuro, más bien todo lo contrario.
«El ángel del Señor se le apareció y le dijo: «Hombre
fuerte y valeroso, el Señor está contigo». Gedeón le respondió: «Perdona, mi
Señor: si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sucedido todo esto?
¿Dónde están todos sus prodigios que nos han narrado nuestros padres diciendo:
«¿No nos ha sacado de Egipto el Señor?». Pero ahora el Señor nos ha abandonado
y nos ha entregado en la manos de Madián» (Jue 6,12-13).
Precisamente cuando vivimos momentos difíciles, María
Auxiliadora, la «Virgen de los tiempos difíciles», se nos presenta como Madre
que «infunde esperanza». Cuando redescubrimos el camino de fe de María,
descubrimos que, en realidad, está en juego la esperanza. Podía sentirse
tentada de pensar: «¿No habrá sido todo un sueño, ciertamente bonito, pero que
se ha desvanecido ante la dureza de la realidad presente?». En su Encíclica
sobre la esperanza, escribe Benedicto XVI dirigiéndose a María:
«Cuando comenzó la actividad pública de Jesús, debiste
quedarte aparte, para que pudiese crecer la nueva familia, para cuya
constitución había venido Él y que debía extenderse con la aportación de
aquellos que hubieran escuchado y observado su palabra (cf. Lc 11,22 ss) […]
Así viste el poder creciente de la hostilidad y del rechazo que progresivamente
se iba afirmando en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que debiste
ver al Salvador del mundo, al heredero de David, al Hijo de Dios morir como un
fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes […] La espada del dolor
traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? […] En esta fe, que también en
la oscuridad del Sábado Santo era certeza de la esperanza, fuiste al encuentro
en la mañana de Pascua […] Así permaneces en medio de los discípulos como su
Madre, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, enséñanos a
creer, esperar y amar contigo»25.
Si antes se hablaba de «bienaventuranza de la fe»,
ahora podemos hablar de una «bienaventuranza de la esperanza», que también
María hace suya: «Bienaventurado el que no encuentra en mí motivo de escándalo»
(Mt 11,6). La caracterización que hace san Pablo de Abrahán, afirmando que
«creyó, firme en la esperanza contra toda esperanza» (Rom 4,18), puede ser
aplicada a María con mayor razón; por una parte, porque todo el texto habla de
la fe en Jesucristo resucitado (cf. Rom 4,24-25) y, por otra, porque, mejor aún
que en el caso de Abrahán, María afronta una realidad ante la cual, hablando
humanamente, no queda lugar para la esperanza, o sea, queda solo la muerte.
Hay una texto muy bonito, en forma de oración, que el
cardenal Carlos María Martini ofreció a su archidiócesis con ocasión del año
2000. Merece la pena leerlo y meditarlo; cito aquí algunos párrafos
significativos:
«Oh María, Tú has aprendido a aguardar (espera) y a
confiar (esperanza). Has esperado con confianza el nacimiento de tu Hijo
proclamado por el ángel; has continuado creyendo en la palabra de Gabriel
incluso durante largos períodos en que no sucedía nada; has esperado contra
toda esperanza junto a la cruz y hasta el sepulcro; has vivido el Sábado Santo
infundiendo esperanza a los discípulos dispersos y desilusionados. Obtienes
para ellos y para nosotros el consuelo de la esperanza; no se ha alterado tu
paciencia el Sábado Santo y nos enseñas a mirar con paciencia y perseverancia a
lo que vivimos en este sábado de la historia, cuando muchos, también
cristianos, están tentados de no esperar ya en la vida eterna y ni siquiera en
el retorno del Señor […] Nuestra poca fe al leer los signos de la presencia de
Dios en la historia se traduce en impaciencia y huida, justamente como sucedió
a los dos de Emaús que, incluso puestos ante algunos signos del Resucitado, no
tuvieron la fuerza de esperar el desarrollo de los acontecimientos y se
marcharon a Jerusalén (cf. Lc 24,13 ss). Te rogamos, oh Madre de la esperanza y
de la paciencia: pide a tu Hijo que tenga misericordia de nosotros y que venga
a buscarnos al camino de nuestras fugas e impaciencias, como hizo con los
discípulos de Emaús. Pide que una vez más su palabra haga que arda nuestro
corazón (cf. Lc, 24,32)»26.
Si la fe se relaciona íntimamente y se expresa en la
obediencia, ¿no encontramos tal vez una relación igualmente estrecha entre
esperanza y pobreza? En realidad, puede «esperar» solo aquel que no se siente
satisfecho y espera de verdad solo el que sabe «que lo que es más importante
está todavía por venir».
Significativamente, todas las bienaventuranzas nos
proyectan hacia el futuro de las promesas; al mismo tiempo son advertencias (y
no amenazas) para quien, teniéndolo todo, se cierra al futuro indicado por la
esperanza (cf. Lc 6,24-26). De otra manera: puede nutrir esperanza solo quien
reconoce su pobreza y cultiva en sí un corazón de pobre. Pero esta actitud
interior no surge de la conciencia de la escasez de los propios bienes, sino de
la grandeza de aquellos que se esperan. Es Dios, esperado como Sumo Bien, el
que nos hace pobres y, por eso, nos colma de esperanza.
Pienso que aquí se encuentra un filón riquísimo que
desarrollar contemplando a nuestro Padre Don Bosco, cuya fe inquebrantable en
la providencia de Dios y en la protección materna de María se manifiesta en una
extraordinaria capacidad de esperanza: no en el sentido pasivo de «aguardar»
que las cosas sucedan, sino en el sentido de ponerse a actuar para que las
cosas sucedan, prueba inequívoca de su amor pastoral (del que hablaremos
enseguida). En Don Bosco encontramos una extraordinaria capacidad de transformar
las dificultades y los obstáculos en retos y motivaciones para continuar
avanzando. Como hijo auténtico de Don Bosco, el Salesiano «no se deja abatir
por las dificultades […], y no se lamenta del tiempo en que vive» (Const. 17)
y, como apóstol y educador, «aviva en ellos los compromisos y el gozo de la
esperanza» (Const. 63).
3.3 María,
«modelo de caridad pastoral» (Const. 92)
Si de las tres virtudes teologales, «la más grande es
la caridad» (1Cor 13,13), a ella conducen indudablemente la fe y la esperanza,
y con seguridad María es un eminente ejemplo y modelo de amor. Retomando las
palabras de Hans Urs von Balthasar en el título de su famoso libro: Solo el
Amor es digno de fe, podemos aplicarlas en primera lugar a la Santísima Virgen:
solo el amor de Dios da sentido a su fe y alimenta su esperanza.
Las expresiones de nuestras Constituciones a este
respecto, aunque breves, son especialmente significativas. En primer lugar, en
relación con Dios: «María Inmaculada y Auxiliadora nos educa para la donación
plena al Señor» (Const. 92). Pero esta actitud teologal es inseparable del amor
al prójimo: «contemplamos e imitamos […] la solicitud por los necesitados»,
«nos alienta en el servicio a los hermanos», «modelo de oración y de caridad
pastoral» (Const. 92).
Las referencias evangélicas son conocidas: en primer
lugar la íntima relación (no solo porque en el texto lucano viene
inmediatamente después) entre la experiencia vivida en la Anunciación y el
viaje que María emprende «a toda prisa» para visitar y servir a su pariente
Isabel. Más todavía: el «signo» que da el ángel Gabriel a la Virgen no es tanto
una confirmación teórica convincente, capaz de atenuar su confianza en Dios,
cuanto más bien una invitación a la misión, a «ponerse en camino», para llevar
a Isabel y a la familia (comprendido el niño, todavía no nacido, Juan Bautista)
a Aquel que es portador de alegría, Jesús27.
Contemplando «la soledad de los más necesitados» por
parte de María, pensamos espontáneamente en las bodas de Caná, en el evangelio
de san Juan. Sin quitar nada al valor simbólico y teológico del primer «signo»
realizado por Jesús según el cuarto evangelio (subrayado desde los primeros
Padres de la Iglesia hasta los últimos exegetas y estudiosos), no debemos
ignorar su significado más sencillo e inmediato. En él descubrimos no solo la
solicitud y la premura por las necesidades ajenas, sino también la delicadeza
de María, tanto respecto a los responsables de la situación como hacia Jesús
mismo. Y no está de más subrayar el aspecto «salesiano» de este milagro: el
primer «signo» de Jesús está dedicado a la alegría de la fiesta.
Pero sobre todo, refiriéndonos a este aspecto central
de la vida de María y de todo cristiano, no podemos limitarnos a citas aisladas
o a aspectos fragmentarios: «Efectivamente, ha aparecido la gracia de Dios, que
trae salvación a todos los hombres» (Tit 2,11); «Aparecieron la bondad de Dios,
nuestro Salvador, y su amor por los hombres (filantropía, en el texto griego)».
(Tit 3,4). Si tomamos en serio el hecho de que el plan de salvación de Dios no
es otra cosa que la manifestación plena y definitiva de su Amor, y si María ha
colaborado de manera singular en nuestra salvación, conviene profundizar esta
colaboración en la perspectiva del Amor. Partiendo del testimonio unánime del
Nuevo Testamento, la teología actual insiste con razón en colocar el origen de
nuestra salvación en la voluntad del Padre, que por obra del Espíritu Santo nos
ha enviado a su Hijo, nacido de María; y da mucho relieve al carácter trinitario del
Misterio Pascual. Con estupor y alegría, el anuncio pascual, dirigiéndose al
Padre, proclama (evocando Rom 8,32):
¡Oh inmensidad de tu amor por nosotros!
¡Oh inestimable signo de bondad!
¡Para rescatar al esclavo has sacrificado al Hijo!
¡Oh inestimable signo de bondad!
¡Para rescatar al esclavo has sacrificado al Hijo!
En este aspecto, a la «kénosis» del Hijo, que se
«despoja» de su condición divina, asumiendo la condición humana, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (cf. Fil 2,5-8), corresponde la
«kénosis» del Padre, que se da todo en Él (cf. Rom 8,32).
En el momento crucial de la vida de Jesús, cuando
«habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final»
(Jn 13.1), dado que «nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por
sus amigos» (Jn 15,13), encontramos a María a los pies de la cruz; se trata de
tres versículos de una densidad sorprendente (Jn 19,25-27). Justamente, estamos
acostumbrados a considerar este texto como el «testamento» de Jesús, que confía
a su propia Madre al discípulo amado, símbolo de todos los hombres que creen en
Él: «He aquí a tu Madre»; y esto nos llena de una alegría extraordinaria. Pero
aquello que no siempre se tiene en cuenta es lo que esto supone. Diciendo a su
Madre: «Mujer, he aquí a tu hijo», está invitándola a compartir plenamente su
misma renuncia («kénosis»), su total vaciamiento. De hecho, el sacrificio más
puro que se puede pedir a una madre, es que acepte a otro en cambio del propio
hijo. Aquí llegan a su punto más radical la fe, la esperanza (contra toda
esperanza) y el amor de la Santísima Virgen María. Me atrevo a referir a la
Madre del Señor la expresión del evangelio de Juan (Jn 3,16) referida a Dios
Padre: «María ha amado tanto al mundo que le ha entregado a su propio Hijo».
De manera semejante a las otras dos virtudes
teologales, encontramos aquí el significado más profundo y enriquecedor de
nuestra castidad consagrada. Hablar de castidad no significa, en primer lugar,
hablar de «renuncia»; sino más bien, como dice el artículo 63 de nuestras
Constituciones, «de amor hecho don», siguiendo el ejemplo de nuestro Padre:
«Don Bosco vivió la castidad como amor ilimitado a Dios y a los jóvenes»
(Const. 81). Quisiera concluir esta sección con una de las expresiones más
bellas de nuestra Regla de Vida: el Salesiano «acude con filial confianza a
María Inmaculada y Auxiliadora, que le ayuda a amar como amaba Don
Bosco» (Const. 84).
3«El
Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a san Juan Bosco»
(Const. 1)
En el «Credo» salesiano, que refleja nuestras más
profundas convicciones, es inseparable la relación entre el Espíritu Santo y
María. Esto corresponde plenamente a la revelación bíblica del Nuevo
Testamento, en el cual encontramos, en primer lugar, una «inclusión
pneumatológica» muy significativa. De hecho, el primer y el último texto en que
aparece María (Lc 1,35; Hch 1,14) en cierto modo tienen como «protagonista» al
Espíritu Santo. En el primero se afirma que el Espíritu es quien hace posible
la encarnación del Hijo de Dios. «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la
potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra»; por esto, en la profesión de
fe de la Iglesia, proclamamos: «Por obra del Espíritu Santo se encarnó en el
seno de la Virgen María y se hizo hombre». En el último texto, en los Hechos,
se registra que después de la muerte y de la resurrección del Señor Jesús, la
comunidad apostólica y los «hermanos de Jesús» (Hch 1,14; cf. Ap 12,17) estaban
esperando al Paráclito, reunidos en torno a María. Escribe uno de los insignes
maestros fundadores de nuestra Universidad en Roma, don Domingo Bertetto:
«En su vida (de María) podemos señalar tres epifanías
del Espíritu con particular eficacia santificadora: la Inmaculada Concepción,
que, desde el primer instante de su vida terrena, convierte a la Persona de la
futura Madre de Dios en Templo del Espíritu Santo, que mora en Ella para
prepararla a su futura misión; la Anunciación, en la que, como nueva Arca de la
Alianza, María Santísima es cubierta por la sombra del Espíritu Santo en orden
a la concepción humana del Hijo de Dios; Pentecostés, en el que la Virgen
implora y goza de la efusión visible del Espíritu Santo, alma del Cuerpo
Místico»28.
Esta es una interpretación que se remonta a los Padres
de la Iglesia, en referencia al texto de Juan 19, según el cual «la Iglesia
nace a los pies de la Cruz». Al morir, Jesús entregó el Espíritu» (parédoke
to pnéuma), uniendo de este modo Pascua y Pentecostés; encontramos aquí
nuevamente a María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia representada por el
«discípulo amado».
Me resulta grata esta relación entre el Espíritu Santo
y María a la luz de otro texto de nuestras Constituciones, el artículo 98. Es
la única mención de la Santísima Virgen María en el contexto de la formación.
Ésta, conviene recordarlo una vez más, no se refiere a una etapa de la vida (la
«formación inicial») ni trata de una «dimensión» paralela a otras, sino que
engloba a todas: se trata de comprender en clave de formación la vida entera
del Salesiano, en todas sus dimensiones, es decir: de configuración con Cristo
Pastor-Educador, al modo de nuestro Padre: «iluminado (cada Salesiano) por la
persona de Cristo y por su Evangelio, vivido según el espíritu de Don Bosco».
Es importante subrayar que el texto del artículo 98
presenta las dos características principales de nuestro carisma: educador
y pastor de los jóvenes, antes de mencionar las dos formas de vivir la
misma vocación consagrada salesiana: laical y presbiteral. A veces se puede dar
un perverso malentendido a este respecto, como si únicamente el Salesiano
sacerdote fuese pastor, y el Salesiano coadjutor, por el contrario, solo
educador ¡Esto atenta directamente contra la identidad misma del ser Salesiano!
En este contexto, la mención de María, precisamente en
cuanto Madre y Maestra, no solo evoca el sueño de los nueve años y
su presencia en la vida de Don Bosco, sino que va mucho más allá: se refiere a
la función fundamental de María, en cuanto Madre y Maestra de Jesús, el Hijo de
Dios hecho Hombre. El texto parece aludir a la «gestación» del Salesiano
(«tiende a ser») en cuanto tal: de manera que, así como María, por obra del
Espíritu Santo, dio a luz al Salvador, así también, la misma María, por obra
del mismo Espíritu, dé a luz a cada uno de nosotros como educadores-pastores de
los jóvenes.
4 Conclusión
Deseo concluir esta Carta invitando a la Congregación,
y a cada hermano en particular, a meditar y «encarnar» en la vida la oración
que cada día dirigimos a la Santísima Virgen María. Constituye un precioso
texto, un verdadero programa de vida, que nos ayuda a renovar cotidianamente el
sentido de nuestra vida salesiana en «clave mariana». Es una oración al mismo
tiempo sencilla y profunda en la cual, mientras profesamos nuestro a amor
«filial y fuerte» a Ella, nos comprometemos a poner en práctica el «programa»
de nuestra vocación: la misión salesiana.
Compartiendo la insistencia (teológicamente fundada)
de mi amado predecesor don Egidio Viganò sobre el sentido de la consagración
como obra exclusiva de Dios y no como acción humana, ni siquiera en la relación
con Él (cf. Const. 24: «Tú me consagraste a Ti… yo te ofrezco todo
mi ser»), recuerdo que aquí no se trata de una oración de consagración a María,
sino de una entrega afectuosa, como un hijo pequeño que se abandona en los
brazos amorosos de su Madre.
Al evocar a María Inmaculada Auxiliadora (Const. 92),
recordamos el título con que nos la presenta el Concilio Vaticano II: «Madre de
la Iglesia» (cf. Ap 12; LG 62ss). En la Iglesia, el Espíritu Santo ha suscitado
a san Juan Bosco, «con la intervención materna de María» (Const. 1), y,
mediante él, la Congregación y la Familia Salesiana. Como lo fue para nuestro
Padre, María continúa siendo para nosotros «inspiradora y sostén» (en el
artículo 8 de las Constituciones leemos: indicó a Don Bosco su campo de
acción…, lo guió y sostuvo). Por tanto, no se trata únicamente de una actitud
de devoción personal —sin duda laudable y recomendable—, sino de nuestra
contemplación de María en el plano de la salvación de Dios, y en particular de
la puesta en práctica de nuestra misión. Por tanto, prometamos a María que
«queremos actuar siempre en fidelidad a la vocación salesiana».
La misión no consiste en «hacer cosas», no se reduce a
prodigarse generosamente por la promoción de los jóvenes, sobre todo de los más
pobres; realmente, se trata de procurar la auténtica «promoción integral»,
desde la perspectiva de la misión apostólica, que se propone como fin último su
salvación (cf. Const. 12). «Para la mayor gloria de Dios y para la salvación
del mundo», es lo que recordaba yo en la Carta de convocatoria del CG26 como
«el secreto (de Don Bosco) sobre la finalidad de su acción: «Cuando me entregué
a esta parte del sagrado ministerio, quise consagrar toda mi energía a la mayor
gloria de Dios y al bien de las almas; propuse dedicarme a hacer buenos
ciudadanos en esta tierra, para que fuesen después dignos habitadores del
cielo»29.
Evidentemente, «prometer» esto a María y, por su intercesión, al Señor de la
mies, constituye al mismo tiempo una humilde petición: «Sin Mí no podéis hacer
nada», nos dice el Señor Jesús. Jugando un poco con las palabras, no es una
«promesa prometeica», porque de hecho reconocemos —como decimos al final de la
oración— que sirviendo al Señor («nuestro servicio al Señor»), somos útiles a
Él, no solo siervos. Él mismo lo ha querido (cf. Jn 15,15).
Como la misión salesiana es un proceso que nace de la
fe y de la obediencia a Dios, se expresa en la oración y como oración.
Recurriendo a la intercesión materna de María, Le suplicamos por todo lo que
«llevamos en el corazón», desde nuestra sensibilidad carismática particular
(cf. Const. 11): la Iglesia, la Congregación y la Familia Salesiana, en
particular los jóvenes y, entre ellos, de modo particular los más pobres, destinatarios
prioritarios de la misión salesiana. Finalmente, La invocamos en favor de toda
la humanidad. Esta «prioridad de la oración» nos recuerda el ejemplo de Jesús:
antes de dar la vida por todos, suplica por todos al Padre y pide todo lo más
sencillo y profundo que puede brotar del amor de un Corazón, al mismo tiempo
divino y humano: «Padre, quiero que aquellos que me has dado estén también
conmigo» (Jn 17,24). Ninguno está excluido de la salvación de Cristo… ni de su
oración. Por tanto, tampoco de nuestra oración apostólica.
Prosiguiendo, invocamos a María como Madre y Maestra
(cf. Const. 98). Como lo fue de Don Bosco, Le pedimos que lo sea de cada uno de
nosotros. Creo que podemos contemplar esta parte de la oración a la luz del
sueño de los diez diamantes, que constituye un «icono» del próximo Capítulo
General 27: la parte frontal del manto («la bondad y la donación ilimitada a
los hermanos») está sostenida por su parte contraria, o sea, que probablemente
no se realice a primera vista: «la unión con Dios, su vida casta, humilde y
pobre». Esto hace posible la puesta en práctica de nuestra misión, entendida
justamente como «amorevolezza» o «donación iluminada», o, al menos, no
simplemente como una estrategia o táctica educativo-pastoral en función de los fines.
Ambas partes del manto están unidas por los dos
diamantes del trabajo y de la templanza: y nos
recuerda inmediatamente el próximo Capítulo General, centrado en la radicalidad
evangélica salesiana.
Concluyendo estas actitudes fundamentales en las que Don
Bosco es nuestro modelo, no podemos olvidar la dimensión eclesial: «la
fidelidad al Papa y a los Pastores de la Iglesia», hoy más necesaria que nunca.
La conclusión de nuestra oración se engarza con el
principio, en una clara conclusión temática. Si la misión tiene como finalidad
la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas, y si nuestro trabajo
constituye «un servicio fiel y generoso» al Señor hasta la muerte, su
culminación no puede limitarse a una satisfacción humana o terrena: solo
podremos encontrarlo plenamente «en la Casa del Padre». También aquí se hace
presente nuestra sensibilidad salesiana, a través de dos palabras clave:
alegría y comunión, que encuentran su plenitud solo en Dios y en la vida
eterna.
Queridísimos hermanos, os envío esta Carta, que
llevaba en el corazón desde hace tiempo, con la confianza de que será un fuerte
estímulo para la renovación espiritual y profunda, personal, comunitaria e
institucional, a la que nos llama el Señor a través de la celebración del
bicentenario del nacimiento de nuestro querido Don Bosco y del Capítulo General
27. Como el discípulo amado, recibamos a María, don del Señor desde la cruz, y
llevémosla a nuestra casa. Que Ella nos sea Madre y Maestra, como lo fue para
Don Bosco.
A Ella, María Inmaculada Auxiliadora, a su cuidado y
guía, confío a todos y a cada uno de vosotros.
Pascual Chávez Villanueva. Rector Mayor
2 Egidio Viganò, María renueva la Familia
Salesiana de- Don Bosco, ACS 289 (1978) p. 5 (Cf.Lettere Circolari di
don Egidio Viganò ai Salesiani I, Direzione Generale Opere Don Bosco, Roma
1996, p. 3).
3 Juan Bosco, Memorias del Oratorio,
traducción y notas de José Manuel Prellezo, con estudio introductorio de Aldo
Giraudo, Editorial CCS, Madrid 102012, p. 11.
6 Pascual Chávez, Llamó a los que Él
quiso, y ellos se fueron con Él (Mc 3,13). En el 150
Aniversario de la Fundación de la Congregación Salesiana, ACG 404 (2009),
p. 28.
10 G. B. Lemoyne, MBe V, 118. En este capítulo don
G. B. Lemoyne presenta una bella síntesis de la devoción de Don Bosco a María
(pp. 117-121).
11 Egigio Viganò, «El texto renovado de nuestra
Regla de vida», ACG 312 (1984), p. 43 (cf. /Lettere Cicolari di don Egidio
Viganò ai Salesiani II(, Direzione Generale Opere Don Bosco, Roma 1996, p.
582).
12 Benedicto XVI; «Volgeranno lo sguardo a Colui
che hanno trafitto». Mensaje para la Cuaresma de 2007.
13 Alois Müller, María en el acontecimiento
Cristo», en J. Feiner-M. Loehrer, Mysterium Salutis, vol. III, Ed.
Cristiandad, Madrid, 21980, p. 893.
14 Egidio Viganò, «María renueva la Familia
Salesiana de Don Bosco», ACS 289 (1978), p. 11 (Lettere Circolari di don
Egidio Viganò ai Salesiani I, Direzione Generale Opere Don Bosco, Roma
1996, p. 8).
16 Michele Rua, Lettera circolare del 19 giugno
1903, en Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani,
Direzione Generale Opere Salesiane, Turín, p. 353.
17 Cf. Hans Urs Von Balthasar, Teresa de
Lisieux. Historia de una Misión, Barcelona, ed. Herder, 1957.
19 El proyecto de vida de los Salesianos de Don
Bosco. Guía de lectura de las Constituciones Salesianas, Editorial CCS,
Madrid 1987, p. 781.
20 La expresión «recitamos todos los días el
rosario» había sido colocada, en el CG22, en el artículo de los Reglamentos que
presenta las expresiones típicas de la devoción salesiana a María Virgen. Ahora
se encuentra en el texto constitucional, al final del artículo 92, por expreso
deseo de la Santa Sede.
21 Alois Grillmeier, «Los misterios de la vida de
Jesús», en J. Feiner-M. Loehrer, Mysterium Salutis, vol. III, Ed.
Cristiandad, Madrid, 21980, p. 571.
24 Pascual Chávez, «Da mihi animas, cetera tolle».
Identidad carismática y pasión apostólica. Volver a partir de Don Bosco para
despertar el corazón de todo Salesiano, ACG 394 (2006), p. 31.
27 Pocas veces ha sido subrayado un detalle que me
parece significativo: María se preocupa de amar a los demás antes que pensar en
sí misma y en su propia situación, y esto provoca a José una dificultad que
será resuelta solamente con otra intervención directa de Dios: cf. Mt 1,18-21.
28 D. Bertetto, Spiritualità salesiana.
Meditazioni per tutti i giorni dell'anno. LAS- Roma, 1974, p.1058.
29 Pascual Chávez, «Da mihi animas, cetera tolle».
Identidad carismática y pasión apostólica. Volver a partir de Don Bosco para
despertar el corazón de todo Salesiano, ACG 394 (2006), p. 45.